El martes era un día normal para todos…
Nosotros después del sismo
“El martes era un día normal para todos hasta que sucedió el desastre. Mi primera reacción ante el suceso fue tratar de contactar a mis familiares que viven en la Ciudad de México, ya que todas las imágenes y mensajes que circulaban eran en extremo alarmantes. Después de constatar que estaban todos bien, me quedé viendo por unas dos horas las transmisiones en vivo de lo que estaba pasando. El rostro de los afectados, los edificios demolidos y la desesperación de las personas ante la necesidad de rescatar y atender era enorme. Sentada en mi casa, me empecé a llenar de un sentimiento enorme de impotencia. Sabía que tenía mucho que aportar, que yo podía estar auxiliando y que no me podía quedar de brazos cruzados.” Marianela Villasuso tiene 21 años y estudia en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, específicamente, Ciencias Ambientales y Salud. A pesar de la distancia, el miércoles 20 ya estaba en la Ciudad de México y el jueves en Puebla, con un tráiler de 15 toneladas, lleno de ayuda enviada desde el Estado del que es originaria.
Las palabras de Marianela resuenan porque reflejan exactamente lo que muchos sentimos tras vivir o ver lo que ocurrió después del sismo del 19 de septiembre. No bastaba con estar bien, había que salir del aletargamiento, dejar el shock. Había que encontrar un propósito. En el aniversario más desafortunado, a 32 años de una de las heridas más grandes de nuestro país, uno de nuestro grandes miedos se había hecho realidad: la Ciudad de México se agitaba una vez más con furia y aquellas imágenes que quedaron registradas como uno de los momentos de mayor horror para la capital del país, pero también en los que la ciudad se unía, se rescataba a sí misma, se hacían realidad de nuevo.
La cicatriz ahí estaba, incluso esa misma mañana se había llevado a cabo el tradicional simulacro con el que desde los años posteriores al terremoto de 1985 se nos inculcó que había que estar preparados para situaciones como ésta. Pero aún así, nadie se imaginó cómo era en realidad.
“Crecimos escuchando del ‘85. Yo misma nací un septiembre de aquel año, sin embargo no lo habíamos vivido. No habíamos escrito esta historia nosotros”. Ana Laura Rascón es productora de cine, en medio de una junta en la colonia Roma, una de las zonas más afectadas, sintió el temblor. Su reacción inmediata, la misma que la del resto de la Ciudad de México: salir y ayudar como fuera posible.
“No fue una decisión, sino una reacción al ver lo que sucedía a mi alrededor. Nadie sabía qué hacer. Nadie sabíamos cómo ayudar. Obviamente todos pensamos en los niños. Y así, sin conocernos, empezamos a levantar piedras. Rápido las cadenas de gente se crearon, nunca escuché órdenes, nunca me dijeron: ‘eres mujer no cargues’, sólo recibí materiales en las manos y pasaba a los que de pronto, de extraños se convirtieron en aliados. Para cuando la primera ambulancia llegó, se habían logrado mover coches que estaban repletos de piedra, maquinaria pesada accedió sin problema porque ya se habían removido vigas que obstruían las calles. De pronto, la gente entendió que cada mano suma y que no era el único edificio y que este temblor fue más de lo que todos pudimos imaginar o llegar a sentir”. Al final “dicen que viene lo peor, pero creo que nosotros ya sacamos lo mejor”.
“Soy vecina del edificio que se cayó enfrente…”
Sandra Ponce es diseñadora gráfica y habitante de la colonia Roma. A ella le tocaron los dos 19 de septiembre que marcaron a la Ciudad de México. “Desde el terremoto del ‘85 nació la palabra solidaridad y creo que todos la hemos entendido”. A ella el golpe le tocó muy cerca: “Soy vecina del edificio que se cayó enfrente, aquí en Viaducto y Medellín, y pues obviamente vine a ayudar con una carretilla, con todos mis roomies y porque somos vecinos, aquí estamos”.
Como todos en esta situación, ayuda como puede, con lo que se pueda: “Ahorita estoy coordinando, no puedo cargar porque tengo una lesión en la columna, pero estoy en el centro de acopio que se acaba de organizar desde ayer por la noche”.
“¿Que qué me motiva a estar aquí? Una, soy vecino y hay que responder por todos los que estamos aquí. Y dos, que somos muchos en la ciudad. Entiendo que el gobierno a veces no se da abasto pero mientras haya manos y gente que quiera hacer algo, hay que echarle ganas”. Julio Flores carga dos bolsas llenas de ayuda y va de un lado a otro: “Desafortunadamente aquí se cayeron dos edificios. Hubo que prestar ayuda. Hicimos donaciones a los topos, a la gente que está aquí les dejamos algunas cosas, a los policías y al ejército que están trabajando. Mandamos víveres, alimento, ropa, todo eso”.
Álvaro Gallegos se considera afortunado: su edificio no sufrió ningún daño, sin embargo “algunos edificios a la redonda se cayeron, otros ya los desalojaron porque los van a derrumbar”. El día anterior a nuestra entrevista estuvo recaudando víveres y haciendo kits de curación: “Ya nos tenían todo listo, por separado alcohol, gasas, vendas, jeringas. Es lo poco que pudimos hacer”.
A Lilian Villatora, religiosa de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, llegaron unos jóvenes a pedirle la casa prestada para que fuera centro de acopio. “Yo creo que está en nosotros esa naturaleza de ser buenos, de poder ayudar, de lo poquito o mucho que tenemos, entregarlo a las demás personas en estas situaciones que se encuentran pues… peor que nosotros. Sufrimos daños pero hay personas que han sufrido más y está esa generosidad de poder unirnos como hermanos”.
“Algunas cosas”, “todo eso”, “lo poquito” o “poco que pudimos hacer”. Tal vez los vecinos no lo sepan, pero ellos mismos sostuvieron a sus propias colonias cuando todo estaba inestable, cuando más los necesitaban, cuando el otro necesitó ayuda. Elsa Noguera se concentró en recopilar esas “algunas cosas” y todos esos “poquitos” para canalizarlos a donde más hicieran falta. “Me puse de acuerdo con un grupo de amigos, conseguimos unos fletes desde Iztapalapa que nos dieron gratis y me dediqué a recorrer los centros de acopio de la Ciudad de México para llenar el camión: el primero va para Morelos y esperamos mañana llenar otro de tres toneladas y media para que llegue a Puebla”. Y así lo hizo.
Ojos e imágenes
Fernando Vera tiene 24 años y al igual que muchos estudiantes, decidió apoyar con su conocimiento. “Soy de ciudad Nezahualcóyotl. Vengo del Instituto Politécnico Nacional, de la carrera de optometría y estamos dando rondines en distintos puntos de la ciudad para ver si necesitan atención a nivel ocular, porque varias personas que están trabajando están siendo dañadas en cuestión de los ojos por las piedras, polvo… Entonces venimos a ver si necesitan ese apoyo”. Lo acompaña Hilen Chávez, quien quería “aportar algo de mi carrera”. “Si nosotros podemos asistir con nuestro conocimiento, pues adelante, mucho mejor”, dice Hilen, a lo que Fernando concluye: “yo creo que aquí lo que importa es nuestra raza, nuestra gente y eso es lo que nos motiva a seguir adelante”.
La mirada también es importante para Marco Tulio González, aunque de otra manera, desde otra perspectiva, justo como el tipo de ayuda que brinda. “Vengo a documentar para tener archivo de todo lo que está pasando y también ayudar en lo que se necesite, como transporte. Documentar lo que pasó, llevar la información”.
La información es un bien muy preciado, más aún en situaciones como ésta. Así lo es para Diego Garas, de 24 años, quien además de transportar en esta mole de ciudad cosas tan esenciales como “medicamento y agua a otros refugios y albergues”, se ha dedicado a transportar “información certera de qué es lo que está pasando. Me motivó que debemos tener una comunidad unida y un criterio amplio para darnos cuenta de que todos debemos estar juntos y si uno falla, no funcionamos. Entonces debemos estar unidos siempre”.
“Los mexicanos nos tenemos a los mexicanos…”
“¿Por qué estás ayudando?” No la esperan. Cada vez que hacemos esta pregunta la gente se toma un momento para contestar. Para ellos la respuesta es obvia, sin embargo en cada una hay algo especial, un reflejo claro de la humanidad de su autor.
“¡Híjole! Sobre todo, la gente que estaba atrapada en los escombros. Si yo hubiera sido una de las personas que está ahí abajo, pediría y rezaría porque hubiera un chingo de gente tratando de sacarme de ahí”. Mariel Rodríguez se dedica a la fotografía y al teatro, pero estos días está ayudando en un centro de acopio en Viaducto y Medellín. “Son estados de emergencia en los que el ego, el dinero, el yo se te olvidan por completo. Lo único que quieres es ayudar al otro. Entonces no te importa si hay dinero, no importa si te están pagando, no importa si te desvelas, no importa la hora a la que tengas que estar. Lo más importante es ayudar al otro. En esos momentos desaparece completamente toda otra cosa”.
“Yo pasé lo del sismo del ‘85 y es lógica la necesidad de apoyar a mi ciudad. Tengo 51 años y aquí andamos”, Arturo Carbajal llevó material de su empresa: “con escaleras, con andamios, con polines para los soportes y con lo que más se pueda”.
“Con manos, desde acarrear agua, basura… asistir a la banda, darles indicaciones, llevar cosas en bici, caminando”. David Marcos, también dedicado al teatro, ha estado ayudando desde el día del sismo con “todo lo que se pueda”, al igual que el Dr. Chango, quien asegura tener “99 añotes” y dedicarse a repartir “contentura a todo el que lo necesite”. Y cuando se enfrentan a nuestro inevitable por qué, el primero se remite al viejo dicho: “hacer el bien sin mirar a quién”, mientras que el segundo concluye: “los mexicanos nos tenemos a los mexicanos”.
“Porque el mexicano siempre lleva la solidaridad por dentro”, dice Javier, quien desde la mañana del 20 se dedicó a repartir “café y pan a las personas que van comenzando el día laboral quitando cascajo, o rescatando a la gente, que todavía hay muchos edificios destrozados”.
“Porque somos mexicanos y somos humanos”, responde Abraham Valencia, quien trabaja en el área de mantenimiento de un hotel y aprovechó su experiencia como voluntario de los bomberos para ayudar a la gente. Cuando le preguntamos una vez más por qué, la respuesta fue todavía más sencilla: “porque me gusta”.
Testimonios recabados entre el 20 y 24 de septiembre de 2017.
Texto: Arturo Loría.
Entrevistas: Ana Laura Rascón, Lucía Rodríguez, Luis Fernando Pérez y Steve Solórzano. Fotografías: Ana Laura Rascón, Luis Fernando Pérez y Steve Solórzano.